R.V. En tiempos de zozobra cósmica y picotera tentación que invita
a ahuecar el ala, queda el recurso de echar raíces, de agarrarse a lo nuestro.
De inhalar ese nacionalismo naturista que consiste en utilizar y apresar lo
tuyo, tus paisajes, tu xente, tu mar, les tus piedres, más que en hacer bandera
del territorio propio. Un enraizamiento terapéutico.
Ubica en tu pueblo, en tu ciudad, en tu playa, ese momento chorro de
bienestar al que viajas en tu cabecita cuando la psicología te manda practicar
eso de la parada de pensamiento para expulsar esa irracionalidad sin coto que
tanto mal nos causa con marea alta. Echa raíces. Ye buen antídoto contra la
crisis y la fuga de cerebros y de pies-para-qué-os quiero que está convirtiendo
nuestras fronteras en pasarela Cibeles de dentro afuera.
Cuando la desconfianza hacia que vengan tiempos mejores, el
descreimiento, se viste cada vez más de certeza, pongamos en valor lo nuestro,
eso que tanto cuesta.
Si los que nos quedamos no apretamos más el abrazo de
nuestras raíces al subsuelo, pues apañaos vamos. Eso y dejarnos regar
generosamente con Plantavit no por la inercia, pero sí por una despreocupación
responsable. Porque la preocupación responsable en este momento viene a
coincidir con el temor y el miedo.
Agarrarse bien a aquello nuestro que nos hace bien. Pensar sí, pero poco y mirar palante. Ye lo que nos queda como pueblu, como rexión y como país.
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