viernes, 8 de febrero de 2013

Transgredir con cara de 'gatu'

R.V.- Si el Antroxu ye irreverencia, transgresión, guasonería…, que este año nos pongan ración doble. Porque vamos a necesitarla. Quién se acuerda ya del sentido contra-religioso, de desfogar de cara a la austera Cuaresma. Hoy la mascarada de febrero cobra otro sentido.

Con los años, las obligaciones y unos cuantos trasiegos echados a la chepa, pues un@ se vuelve más perezosón para esto de cambiar de traje y poner cara de perru o de Dracu-Laura. Pero, cachis, esta tradición tan terapéutica bien vale un esfuerzo. Sacudamos la vagancia y a revolver el trasteru y perder la vergüenza.

Cuando yo era guaja nunca entendí por qué mis padres jamás se disfrazaban. Quiero predicar con el contra-ejemplo.

Que ni las telarañas de la cartera, ni el esperpento nacional ni el futuro color boina nos amarguen la fiesta.

¡Tod@s a antroxar!

P.D= Sin ser mi preténsión, me ha salido un pregón.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Médicos: a Dios unos le rezan y otros lo esnifan

ROSA VALLE- Los médicos, el gremio, no me caen bien. Desde mis contactos adultos, como universitaria, primero, y como profesional (de otro palo, se infiere), después y ahora, me suscitan antipatía. Ese halo de endiosamiento y autoridad distante...

Una, paciente suya desde el instante mismo en que asoma al mundo, comprende la actual precariedad de sus condiciones laborales; los abusos a los que, como sector público, les someten, desde arriba; la mala e inexistente educación del vulgo con que lidian; la singularidad de sus jornadas... Pero, cachis, no son ellos los únicos que padecen esas penas profesionales. Pregúntenle a un periodista -cerquita, sin ir más lejos-, a un camarero o a un abogado de oficio, a ver si ellos no lidian con la misma tropa de plebe e indecencias.

Pero claro, ya se sabe que la responsabilidad que tiene un médico se llama "vidas humanas" y eso les hace superiores, es cierto. No se rechista. Sin embargo, eso no les exime de practicar, además de la medicina, la humildad y la humanidad. Que a muchos se les olvida. Amén del paternalismo con que, de forma estándar, tratan a la mayoría.
Las generalizacines son odiosas e injustas y estoy generalizando. Cierto; ya dije en la primera línea de este post que hablo del "gremio". No de sus individuos, que hay personas, médicos y enfermeros, estupendas en la Viña del Señor.

Por suerte, las simpatías y antipatías bailan cuando uno es permeable y receptor. Un reciente contacto con el gremio médico me obliga a comerme con patatas (y muchas sal) la foto descrita. El área de Cirugía sin Ingreso del Hospital de Cabueñes, en Gijón, funciona chapó. Los médicos, y sobre todo y principalmente las enfermeras, destilan autoridad de la humana, de la que crea empatía y confianza, que es lo que a uno le hace falta cuando ocupa aquellas camas. Más pendientes y atentos a cada enfermo que un camarero en un restaruante de lujo, luego vacío. Así, da gusto. Y digo yo: ¿esos profesionales hospitalarios (en la doble semántica del término) no están también quemados, explotados y magullados por la tijera que hoy todo lo recorta? Pues va a ser que sí. Y a Dios le rezan, pero no lo esnifan.

lunes, 4 de febrero de 2013

Rosa y atonta: ¿qué es?

El único lugar donde "las niñas ya no quieren ser princesas" es en el Madrid al que cantó Joaquín Sabina. Más allá de las letras del ovacionado poeta urbano, el tópico de fantásticas pretensiones reales a la par que rosas sigue vigente. Y subiendo. Ahí están las Princesas Disney (vale, sí, aunque les hayan hecho sombra, admitámoslo, las famélicas tétricas ésas de las Monster High); los cuentos clásicos, que no pierden su tirón... ¡Y el disfraz largo, brillante y, por supuesto, de rotundo ROSA! Por mucho que Peppa Pig se vista del amado color nunca podrá llegarle ni a medio tacón a la idolatrada princess, modelo a emular por antonomasia.

"Mamá, Peppa me gusta, pero no me apetece. Yo, de princesa". No hay duda. No hay color (o bueno, hay color, pero rosa contra rosa, el rosa princesa gana al rosa cerdita). Ofrécele a una ñaja un disfraz de princesa (del bosque, de la ciudad, con caballo o sin caballo, medieval o romántica; da igual la variedad), que no lo cambiará por otro y lo vestirá durante años.

Ayyyy. Si es que tanto vestirse de esa guisa acaba pasando la tontuna a la sangre. Amén de que la corona no es buena para las neuronas. Aprieta. Y luego, de creciditas, creemos que del hábito aquél salió el monje, y claro, ahí van los batacazos personales, las prisas y el inconformismo vital que arrastramos las "princesas". (Me van a matar algunas). Sostengo que tanto cuento aberrante que inhalamos de pequeñas nos atrofia el cerebro y nos graba a fuego eso del Príncipe Azul, amén de que no nos prepara para los sapos que por mucho que se besen, batracios son y batracios se quedan.

Pero dónde se vio que un padre regale a sus hijas como agradecimiento al primer chaval que le siegue el prao, que las cambie por unos conejos y un saco con cuatro moneas, que se casen con el primero que aparece, que sólo aspiren a ser floreros, que el Príncipe del blanco corcel sea siempre su salvador... En fin, toda una fuente de valores, los cuentos de princesas, sí señor: igualdad, esfuerzo, intelecto... En fin, normal que cuando las feministas meten mano a la literatura clásica infantil, no quede obra con cabeza. Y mientras tanto, ellos tan frescos leyendo a Pinocho, que es más saludable (dónde va a parar; atonta bastante menos) o qué sé yo.

Que sí, que me repatean las princesas. Las Disney, las Barbie y las del couché (esas me provocan sudoración fría y carraspera). Que vivan Peppa Pig, Bog Esponja y Gerónimo Stilton. Si hasta mi niña de 3 años cuando ve salir la princesa a escena pregunta: "¿Y dónde está el príncipe"? ¿No te vale Patricio?